sábado, 19 de septiembre de 2009

La Biblia y el Mundo

La Biblia y el Mundo


La realidad es que la Biblia choca de plano con las concepciones filosóficas seculares humanas acerca de la realidad misma, del origen del universo, de la vida y del hombre. Por ejemplo, choca de plano con la filosofía secular de la historia y con la sistematización secular de la historia antigua, que fue erigida en torno a una reconstrucción de la historia de Egipto por estudiosos racionalistas que manejaron los datos en base de unos criterios que no tienen base alguna y chocan con un análisis crítico de la evidencia.[3]


Debido a ello, muchos que mantienen la profesión de cristianismo, al hacer frente a las insuperables dificultades que se presentan en cualquier intento de «armonización» entre las perspectivas académicas seculares aceptadas, tanto acerca de los orígenes como del transcurrir de la historia del universo, del mundo y del hombre, así como de la historia antigua anterior a la monarquía davídica, rechazan el testimonio de la Palabra de Dios aceptando las conjeturas del Mundo. Con ello, descartan cualquier concepción de verdad histórica, de inerrancia, de los pasajes de las Escrituras que tratan de estos temas —y de muchos otros.


Pero, ¿en que se han basado estos críticos de la Biblia para establecer unas verdades «aseguradas» sobre las que mantienen que la Biblia está en error? Todos estos conceptos se basan en la postura decimonónica del mecanicismo y racionalismo. Según el mecanicismo Dios no intervendría para nada en los asuntos del universo. En el racionalismo, Dios no se podría comunicar con los hombres, y la razón sería la única fuente de conocimiento en un universo cerrado a Dios. Así, esta es una toma de postura en la que ya de antemano se niega que Dios pueda revelarse al hombre, o que pueda actuar soberanamente en un universo creado por Él. De hecho, se niega que Él exista. En el caso de que Dios actúe, sólo le sería permitido hacerlo de forma puramente mediata, empleando sólo aquellos procesos que están actualmente en operación. Supeditan a Dios, en el caso de que se crea en Él, condicionándolo a las leyes del universo tal como está ahora, sin permitir a Dios que Él trascienda a Su universo. Rechazan también a priori todos los pasajes bíblicos que testifican de la actividad soberana de Dios, en creación o en providencia, tachándolos de míticos. Y no pasa mucho tiempo hasta que se llega también a la negación de aquellos pasajes que revelan a Dios en salvación y juicio.


Lo cierto es que la única base para tal toma de posición filosófica es el deseo de sus valedores de que las cosas sean así. Espinoza (1632-1677) afirmó que atribuir a Dios una libertad en sentido propio es «algo verdaderamente pueril, y uno de los mayores obstáculos para la ciencia».[[4]Recordemos la profundísima influencia de Espinoza sobre la intelectualidad occidental. Asimismo, Descartes, y otros pensadores, junto con Simón de Laplace y otros muchos de tiempos más recientes, consideraban ridícula la idea de que se debiera tener en cuenta a Dios y Su revelación, puesto que —según ellos— ello les coartaría la libertad humana de examinar críticamente todo cuanto les rodeaba, a fin de llegar a las conclusiones correctas por sí mismos. En pocas palabras, el racionalismo afirma ser el método verdadero de conocimiento, y niega a priori la sola posibilidad de que Dios haya hablado, pues «ello coartaría la libertad del hombre, y su autosuficiencia». Este es posiblemente uno de los mejores ejemplos de la tendencia humana de confundir sus deseos con la realidad, y también de huir de la presencia de Dios, del Dios que habla y se manifiesta.


Fuente:


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